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ORANGE CASTLE, MI PRIMER HIJO

Voy a comenzar esta historia diciendo que yo nunca soñé con emprender. Soñé quizás con tener una marca de ropa, de vestidos de baño o de joyas, pero realmente nunca me visualicé haciendo el proceso de emprendimiento. Pero a veces la vida sucede de formas en las que uno no lo piensa y en el 2018 me presentó a la persona con la que hoy en día tendría mi propia agencia.

Yo soy comunicadora social con énfasis organizacional de profesión y los primeros años de mi experiencia laboral transcurrieron en una empresa privada en Bogotá, Colombia. Hacia el 2018, en el mejor momento de mi carrera, al menos en la empresa (mi curva de crecimiento había sido bastante importante), llegó EL NUEVO. Era, literalmente, un nuevo compañero que llegaba a ser parte del equipo para completar un modelo que en ese momento se quería implementar. Llegaba a ocupar mi mismo cargo con cuentas y equipos diferentes, pero teníamos la misma posición.

Y desde que lo vi me enamoré. Me enamoré no solo de su sonrisa sino de su inteligencia, de su forma de ver la vida y de su entusiasmo cuando de hablar de trabajo se trataba. Pasó el tiempo y trabajando juntos nos dimos cuenta que nos entendíamos bien, seguramente porque teníamos equipos completamente diferentes a cargo, más adelante nos íbamos a dar cuenta que trabajar juntos, también implicaba bastantes desafíos. Pero eso se los contaré en otro momento.

Para finales de ese año ya estábamos juntos y yo ya sabía que su gran sueño laboral en la vida era tener su propia agencia de publicidad, a la que incluso ya le tenía el nombre. En ese momento de la vida yo realmente no pensaba en lo que sería un emprendimiento, aunque me gustaba ver cómo brillaban sus ojos cuando hablaba de lo que era su gran sueño.

Y aprovecho para mencionar que, hoy en día, no sé exactamente cuál es mi sueño laboral, pero agradezco infinitamente a la vida por darme la oportunidad de poderlo apoyar para cumplir el suyo, que poco a poco también se ha convertido en el mío.

En 2019 tomamos la decisión de irnos a Chile a aventurarnos. Yo tenía 26 años recién cumplidos y vivía con mis padres. Me fui a un país que no conocía en la cola del mundo, con una persona que honestamente tampoco conocía y a un futuro que, adivinen, tampoco conocía. Nuestra intención era crear una empresa con otro concepto completamente diferente a una agencia de comunicación o de publicidad, pero un negocio propio, al fin y al cabo. Fueron seis meses muy gratificantes porque conocí mucho. Aprendí de la cultura chilena, de su gastronomía, de sus paisajes, incluso de su gente, pero realmente del negocio como tal, más bien poco.

Por ese y otros motivos externos, a principios del 2020 tomamos la decisión de regresar a Colombia y nos recibió nuestra querida pandemia. Y me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que ese fue el año más duro en muchos aspectos, pero en el laboral uno bastante fuerte, porque literalmente no teníamos nada que hacer. Lo recuerdo con tanto amor, porque incluso cuando no teníamos nada que hacer, hacíamos.

Madrugamos más que cuando estaba vinculada laboralmente a la empresa, todos los días a las ocho en punto estábamos bañados, desayunados y sentados en el comedor… con nada más que dos portátiles y mirándonos a ver qué nos inventábamos.

¡Y aprendimos tantas cosas! Le debo a la pandemia y al entusiasmo de Juan David haber aprendido a montar campañas en Facebook, en Google, haber aprendido sobre innovación, sobre planos de grabación que, si bien ya le había tocado en la universidad, nunca lo había hecho propiamente.

Aprendí a hacer licitaciones y a quitarme el miedo al ofrecer mis servicios. A finales de ese año yo me vinculé laboralmente y él continuó con el proyecto independiente. Luego, hacia mayo de 2021, me quedé sin empleo. Y nuevamente llegó un momento bastante difícil, porque otra vez éramos los dos sin nada fijo.

En julio a él le salió una oferta laboral en un importante medio de comunicación de Colombia, y decidió aceptarla. ¡Duró allí dos días! Y recuerdo mucho la conversación que tuvimos en este momento porque mis palabras literales fueron ‘si tu sueño es hacer tu empresa, ¿qué haces vinculándote a otra? Salte de ahí y vamos a trabajar por ese sueño’… Dos años después ya tenemos una empresa formalizada, un equipo de trabajo, equipos electrónicos y aparezco en los estatus de una compañía ante la Cámara de Comercio. Yo, la dueña de una empresa.

He aprendido sobre contabilidad, sobre manejo de equipos, sobre recursos humanos y modelos de contratación en Colombia. Incluso hicimos un viaje internacional que no contemplábamos para devolvernos con un contrato firmado… y nos devolvimos con el contrato firmado.

La foto que ven arriba es un recuerdo de ese viaje, pero, sobre todo, un recordatorio de que los límites son mentales. Ni en mis sueños más locos me imaginaba que este año iba a tener la posibilidad de conocer los headquarters de Meta, se me hacía demasiado grande (y demasiado lejos) el mapa cuando apuntaba a San Francisco. Y pasó. Si a veces los sueños que no sueñas se cumplen, ¿imagínate los que sí?

Han sido tres años desde que decidimos iniciar con el proyecto Orange Castle en los que he aprendido tanto, discutido tanto, celebrado tanto y todos los tantos… el más importante es que hemos construido una empresa, pero, sobre todo, un hogar.

A Juan David lo admiro profundamente por su disciplina, por ser diferente a mí, por motivarme a hacer cosas que jamás había pensado y en las que he descubierto que soy buena. Seguramente cuando lea esto se va a sorprender, pero ya está escrito, quedará para siempre. Y me encanta cómo sigue soñando con que su empresa sea grande, muy grande. Porque ya no es solo suya, sino nuestra.

Comencé esto diciendo que yo nunca soñé con emprender. Pero tres años después, este también es mi sueño. Y Orange Castle es mi primer hijo.

¡Gracias por leerme! ♥